Rafael Chirbes (1949-2015) es posiblemente uno de los escritores españoles más vinculados al Mediterráneo. De hecho, algunas de las crónicas de viajes que realizó para la revista Sobremesa, para la que viajó como reportero durante quince años, se recogen bajo el título Mediterráneos. Durante esos viajes, el escritor disparaba su cámara fotográfica, dejándonos también en herencia su testimonio gráfico. Fotografías que han sido escaneadas por la Fundación Rafael Chirbes y que ahora se exponen por primera vez en Cartagena, en la sala Domus del Pórtico, hasta el 1 de septiembre, dentro del festival La Mar de Músicas, que en su sección de arte, al igual que hace en todo el festival, hace un Especial Islas del Mediterráneo.
Unas cincuenta fotos se pueden ver en la exposición Mediterráneos, una producción propia para La Mar de Músicas, organizada por el Ayuntamiento de Cartagena, con la colaboración de la Fundación Rafael Chirbes. La exposición tiene como comisarios a Carolina Parra y Nacho Ruiz.
Era 1996 y Rafael Chirbes estaba en Creta. Escribía para la desaparecida revista Sobremesa. Tras una narración en la que se cruzan lo topográfico y la antropología, dice: "El viajero elige a duras penas el momento perfecto que da sentido al hecho de llenar la maleta con camisas y ropa interior, a cargar las cámaras, a esperar junto a la cinta sin fin del aeropuerto un equipaje que puede no llegar".
Las cámaras están siempre en esa gran belleza de libro que es Mediterráneos, surgido de las crónicas escritas para Sobremesa pero apenas se muestran en el texto. Chirbes era fotógrafo pero, de alguna manera, secreto.
"Gracias a la idea de Eugenio González y a la generosidad y colaboración de la Fundación Rafael Chirbes hemos podido estudiar un material fotográfico torrencial y emocionante. El autor de Crematorio, el más quirúrgico y honesto crítico de la cultura española no se regía por unas pautas clásicas del fotógrafo convencional, tal y como se podía esperar, más bien disparaba de una manera compulsiva buscando conservar momentos, flashes que están en sus escritos, colores del mediterráneo desde los barcos que lo llevan y lo traen hasta los verdes y rojos de los frutos de la tierra. No le preocupaban demasiado los encuadres ni la calidad final, de hecho utilizó tanto cámaras réflex como compactas, el arma del turista de los años 80 y 90" comenta sobre la exposición su comisario Nacho Ruiz.
Remitiéndose a Blasco Ibáñez cuando habla de Valencia habla de “la añoranza de pertenecer a alguna parte”. Él pertenecía a Valencia pero también a Génova o a Estambul y estas fotos son anclas que lo fijan, como nos fijan a todos, a esos destinos que recorre en una percepción del mar que habitamos tan amparada en Fernand Braudel.
Estas fotografías tienen una gran importancia a la hora de entender el mundo estético de Chirbes más allá de su calidad como fotógrafo; son el complemento de Mediterráneo y una forma de entender cómo veía el paisaje y como entendía esa belleza sobre la que, desde Venecia, escribía que tenía “un dorso oscuro del que las guías no hablan nunca y que se parece peligrosamente a nuestro propio cuarto de estar”.
En esa proximidad entre esquinas de nuestro mar recorre los lugares de su infancia, donde se formó su concepto de belleza, lo que llama su “particular metro de platino e iridio con el que medir el tamaño y también la calidad de lo existente” y que tan visible es en estas fotos compuestas de forma tan anárquica, casi compulsiva, sin considerar la duración del carrete.
Hay una evidente melancolía en muchas de ellas, no siempre fáciles de identificar en las similitudes entre extremos, de Algeciras a Estambul y también una distancia con respecto a una forma de turismo, de esos “altivos franceses, que se tienden de espaldas a la belleza y, para no ver, queman sus ojos al sol del mediodía, adoradores del irritante calor de la nada”.
Y es que estas fotos sitúan a Chirbes no como el turista que temió ser sino como el viajero que fue porque él no aparece en la imagen. No se retrata ante el paisaje o el monumento. No practica aquella rutina pre-selfie de pedir a alguien que lo fotografiase delante del palacio de Cnosos. No quiere conservarse en sus fotos, quiere llevar consigo ese fragmento del que, al llegar al hotel, escribirá la memoria del viajero fascinado y crítico que fue.
La exposición se puede ver hasta el 1 de septiembre.