El trabajo y las luchas de muchas mujeres ha sacado a la luz una circunstancia aterradora que viene de lejos en el tiempo, que permanece aun vigente y que se encuentra directamente relacionada con la justicia, la igualdad y la libertad en nuestras sociedades occidentales, supuestamente las más socialmente avanzadas del planeta.
A pesar de la creciente incidencia del movimiento feminista en el arte, el camino hacia la emancipación del núcleo ideológico patriarcal y mercantil aun se encuentra en toda su vigencia, no obstante, la aparición de obras como la de Belén Orta crean espacios de resistencia que expanden las fronteras de los horizontes emancipatorios.
En el universo de la creación artística y en los entornos de otras disciplinas como la ciencia o la literatura, entre otros, las luchas feministas han sacado a la luz, no sólo la exclusión de las mujeres como sujetos creadores, sino también el hecho de que han sido reducidas a objetos de representación en espacios artísticos donde el genio creador es prácticamente sin variación el hombre blanco, europeo, heterosexual y cristiano. Estos hechos han sido desarrollados en numerosos estudios críticos desde los años 60 hasta la actualidad, por ello no vamos a mencionar aquí más argumentos.
Desde esta perspectiva, el arte ha girado en torno a la mujer, en relación a representar el cuerpo femenino sensualizado, como un lugar topográfico, donde la belleza se inscribe como el principal atributo de lo femenino, que construido desde una exterioricidad, ha producido la objetivación del cuerpo de la mujer y la reducción de la parte por el todo.
En este sentido, la mujer en el arte ha sido representada tradicionalmente bajo cánones masculinizados mediante de usos que actualizan la función delimitadora de una ideología dominante, en un proceso creativo que ha producido, de forma constante y en muchas ocasiones acrítica, estándares propios de las sociedades occidentales y capitalistas. Nos encontramos situados ante el arte bajo la función reproductora de una ideología dominante e institucionaliza propias de las sociedades patriarcales.
Esta forma de representar, no solo refleja la objetivación de las mujeres, sino que además, pone el punto de las representaciones artísticas sobre estereotipos de belleza impuestos a las mujeres desde universos patriarcalizados. A través de la reproducción estándar de la belleza como cualidad principal que deben poseer las mujeres, reproduce un proceso que convierte el cuerpo de la mujer en algo homogéneo, negándose de esta manera la individualidad y la libertad de autorepresentación y de autoreferenciación.
Estos estereotipos de belleza se fusionan con el cuerpo de la mujer y lo convierten en un cuerpo de representación, obtenemos así, la imagen metafórica del cuerpo de la mujer como un contenedor, un objeto que debe albergar en su interior esos cánones impuestos desde la exterioricidad masculinizada que acentúa la sensualidad.
Por un lado, nos encontramos ante la generalización de un estereotipo de género dado desde universos masculinizados a través del arte como algo que se convierte en una cuestión fundamental pues, nos plantea un problema de definición, ya que, si no nos definimos a nosotras mismas, vendrán otros a definirnos de acuerdo a sus propios intereses y por otro lado, desde los años 50 del siglo XX y aun más en la actualidad, estas formas de mirar y estas formas de producir, están siendo cuestionadas desde una perspectiva que se sitúa en horizontes emancipatorios dirigidos a la libertad, la igualdad y la justicia, que tensionan estos viejos estereotipos.
El efecto es un acercamiento a la producción artística y al problema del patriarcalismo en el arte que suscita la pregunta ¿No existe, acaso, una diversidad de miradas, de sujetos y de lugares desde los que se contempla la vida, la sociedad y el género? Y así ¿Dónde queda este asunto tan importante en el arte como es la perspectiva?
Con esta obra, Belén Orta se une a un colectivo de producción artística que cuestiona las representaciones de la mujer que produce la cultura hegemónica y se adentra en una crítica personal que ha sido una constante en las luchas y representaciones artísticas feministas, dirigidas a la toma de conciencia de las tensiones y contradicciones que presentan las cuestiones de género.
Belén posiciona su proceso creativo sobre la base de estas tensiones en un aporte que, bajo su experiencia, como mujer situada desde las concepciones feministas, pone formas en el espacio configuradas desde un proceso creativo de trans-formación, donde rompe las determinaciones biológicas del sexo y extiende las fronteras culturales del género.
Materializa su crítica por medio de un desplazamiento tan evidente, que produce un choque de conciencia en la contemplación de las diferentes representaciones, unidas por un hilo conductor que provoca un efecto unificado en la persona que la contempla.
Para conseguir este efecto, utiliza una herramienta que es bien conocida, pero opera con ella de un modo diferente, nos referimos al cuerpo como un campo de batalla para combatir los estereotipos. La propuesta consiste en una inversión de los conceptos con la intención de derribar los estereotipos construidos desde la mirada hegemónica masculinizada que produce jerarquías.
Mediante la presentación de un mensaje claramente decodificable a través de la inversión del género de protagonistas de grandes obras de la historia del arte, Belén genera con su creación, un espacio ideológico que permanece fuera del espacio normalizado. Sitúa a la persona observadora en un lugar desde el que se suscitan interrogantes, pero dejando la respuesta en el dominio de lo subjetivo. Belén está cuestionando el patrón occidental, que como afirma Griselda Pollock descansa sobre la categoría de "femineidad negada" con el propósito de asegurar la supremacía de lo masculino en la esfera de la creatividad.
Nos encontramos ante la utilización del cuerpo social, como elemento de declaración y transformación política, como un vehículo de transmisión de valores dirigidos a horizontes emancipatorios de las mujeres, pero no nos equivoquemos, no sólo de las mujeres. Estamos situados ante una mirada que Belén canaliza para transfigurar la herencia histórica, tomando estereotipos, tensionándolos hasta su disolución y reconstruyéndolos bajo la mirada y el genio de una mujer rebelde.
Confronta la producción de un canon de belleza que configura las identidades colectivas y que modifica las subjetividades. Esta manera de concebir la belleza, conduce a Belén a realizar representaciones del cuerpo desde una distancia abismal de los modelos de belleza que identifica en las obras referenciadas.
Convierte, de esta manera, su obra en una crítica múltiple que, por un lado, cuestiona los estereotipos de género en cuanto a género y por otro, los estereotipos de belleza, rechazando el rol de género y al mismo tiempo, rechazando el concepto de belleza que convierte al cuerpo de la mujer en un producto más en el mercado y que asigna como componentes patrimoniales de la belleza femenina atributos como: la delgadez, la juventud, la riqueza o la sensualidad.
Lo bello en la Obra de Belén ya no es el lugar común, sino que se sitúa en el campo del arte implicado, donde lo bello es redirigido hacia horizontes emancipatorios en la revalorización de las dimensiones éticas y liberadoras del arte. En la concepción del arte de Belén, lo bello es lo que libera, lo que emancipa.
Finalmente, como vehículo de transmisión de estas tensiones y como creación desde la mirada de una mujer a través del arte, podemos situar esta obra de Belén Orta a la que ha llamado, Tensión en los estereotipos, desde una doble vertiente, como una aportación del feminismo al medio artístico dirigida hacia la emancipación del arte y al mismo tiempo como una aportación del arte al feminismo dirigida hacia la emancipación de la mujer, pero no sólo de la mujer.
¡A madres rebeldes hijas libres!
David Avilés Conesa