El pintor y escritor cartagenero Enrique Nieto recibió la Doble Corona Murada en la madrugada del sábado en una cena homenaje del Senado Romano de las fiestas de Cartagena. La distinción bianual fue otorgada en un entrañable acto al que asistieron un centenar de personas y cuya celebración fue presidida por el Consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz, y en el que estuvo presente también el rector de la UPCT, Felix Faura, antiguo alumno del homenajeado.
Enrique Nieto, miembro del Consejo Social de la UPCT agradeció el reconocimiento y dedicó momentos emotivos a los presentes entre los que se encontraban su familia, su mujer, su hijos, nietos y amigos, y una extensa representación de los festeros Cartagineses y Romanos.
El emotivo discurso de Enrique Nieto hizo un recorrido desde su infancia a la participación activa de su familia en las fiestas. En el acto estuvo presente una nutrida representación de los distintos alumnos que durante 37 cursos acompañaron al profesor en las aulas.
Emotivo discurso de Enrique Nieto:
"Mis primeras palabras han de ser de agradecimiento por el honor que el Senado Romano me hace. Me ha sido concedido su premio, La Doble Corona Murada, y me siento orgulloso, absolutamente colmado de alegría al recibirlo, por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque viene de ustedes, los hombres y mujeres que, con su entusiasmo y entrega, han conseguido levantar la fiesta que se ha convertido ya en una importante seña de identidad de esta ciudad. Y la segunda, porque este reconocimiento se me da en Cartagena, donde nací y he vivido la mayor parte de mi vida, donde están mis raíces y los grandes referentes que han conformado mi trayectoria personal. Nada me puede hacer más feliz que la atención que han tenido ustedes con este pintor que escribe, con este profesor ya alejado de las aulas.
Es cierto que, desde hace años, no vivo aquí, pero puedo decir que siempre he mantenido mi relación con Cartagena. Uno de mis hijos con su familia, mis hermanas y sobrinos, y muchos amigos de siempre permanecen en mi ciudad y a ella vengo habitualmente. Además, desde hace cinco años, soy miembro del Consejo Social de la Universidad Politécnica y manifiesto aquí con total sinceridad que ninguno de los cargos y encargos que he desarrollado en mi vida me ha producido tanta ilusión como este, porque me ha devuelto al tejido social de Cartagena, me ha incluido y comprometido en su apasionante proyecto, y me permite colaborar con un hecho que considero de la máxima importancia para esta Región. Formar parte de la Universidad Politécnica de Cartagena es un verdadero honor para mí.
Además, cuando llegan las fiestas de Cartagineses y Romanos, me siento uno más de ustedes. Mi hijo Guillermo, mis nietos y su familia pertenecen a la legión 'Triunviros de Cartagonova', mis hermanas y sobrinos a 'Marte y Minerva', como mi querido cuñado, Miguel Fernández Albaladejo, fallecido recientemente, al que recordamos esta noche con todo cariño porque él hubiera disfrutado de este momento como yo mismo.
Cada año, cuando vengo al campamento para disfrutar de las celebraciones, saludo a decenas de amigos y de viejos alumnos que me hacen apreciar la virtud que encuentro más notable en los Cartagineses y Romanos: que uno de esos alumnos puede ser un médico y otro un mecánico, que hay personas con ideas políticas distintas que desfilan juntas y sienten los colores de su legión, o de su tropa, con igual entusiasmo. A diferencia de otras manifestaciones de este tipo, de las que se dan incluso en esta Región, nuestras fiestas son capaces de reunir en un mismo grupo a personas de formación, ideas y estatus bien distintos. Ustedes se ponen sus bellos trajes, e, inmediatamente, todo el mundo es igual, un compañero o compañera con el que pasar un buen rato, con el que compartir la ilusión de su grupo. Eso, además de diversión, significa cosas bastante más profundas: como amistad, tolerancia, unión para hacer algo entre todos, independientemente de cualquier condicionamiento social, y es una característica de gran valor de estas fiestas, y no de otras.
Y, como viejo cartagenero, permitan que les diga que ustedes Los Cartagineses y Romanos eran necesarios. Parecía que la única fiesta de nuestro pueblo era su preciosa Semana Santa, pero esas celebraciones están envueltas en las naturales penitencias religiosas y era menester que nuestra ciudad pudiera dedicarle unos días a Baco, a Eros y a otros dioses más divertidos. Eso es lo que han hecho ustedes y todos los que somos aficionados a estos dioses les estamos muy agradecidos,
Quizás algunos de los que hoy están aquí no me conozcan. Les haré una sucinta biografía mía: nací en la calle de Lizana, 25, 3°, en el seno de una familia absolutamente sencilla, fui discípulo de los pintores Ramón Alonso Luzzy y Enrique Gabriel Navarro, mis queridos amigos ya fallecidos. He dedicado mi vida a la pintura y a la enseñanza. Como propina, me llegó la posibilidad de escribir en periódicos y revistas, y hay algunos libros con mi nombre. Tengo cuatro hijos y diez nietos. Esto es materialmente todo lo importante.
Y ahora estoy aquí, ante ustedes, queridos amigos, que me han dado su premio. Aquel icue de la calle Lizana, que iba a pescar al muelle bajo, que se tiraba por la busaera de la Puerta de La Villa, que jugaba a las guerrillas en el monte de Cantarrana consiguiendo alguna pedrada en la cabeza les está hablando en esta noche mágica que hace creer que los sueños pueden ser realidad. Se ha dicho que me entregan esta distinción porque he llevado el nombre de Cartagena por cualquier sitio en el que he estado, y porque he colaborado siempre que me lo han pedido con las Fiestas de Cartagineses y Romanos. Y es así, y lo seguirá siendo siempre.
Pero yo también quiero creer que se me da por algo más. Se me da por no haber cambiado, por haber tratado siempre de ser el mismo en lo fundamental, por querer mantener en mí, contra viento y marea, lo que aprendí hace ya tantos años de la gente que me rodeaba aquí, muy cerca del lugar donde nos reunimos esta noche. Mi nacimiento, adolescencia y juventud, vividas en el ambiente de mi familia, de mi calle y de mi ciudad, conformó mi manera de ver de la vida de un modo tan definitivo que ni el mundo del arte, de la cultura y de la educación donde vine a parar después, ni ninguna responsabilidad que haya podido asumir, me han cambiado nunca. Si soy algo solidario, es porque lo aprendí de pequeño, cuando, en la oscuridad de la posguerra, nadie tenía apenas nada y hasta eso era capaz de compartirlo con el que aún tenía menos. Si alguien me pide que haga algo para ayudar, lo haré siempre, porque lo vi hacer a mis padres y a mis vecinos, gente pobre, pero siempre dispuesta a cuidar a un anciano, a arreglar la electricidad de una casa que se había quedado sin luz, a prestar una escalera, a cosas todas que nos parecen increíbles hoy, pero que allí eran cotidianas porque la gente se ayudaba para sobrevivir. Si siempre he respetado al ser humano como tal, independientemente de su formación, posición social, raza o color, es porque aquella gente que me rodeó en la calle Lizana, en el colegio de la Misericordia, en la plaza de El Lago, me enseñó a hacerlo.
Y les pondré un ejemplo: se dice que, cuando escribo, hago críticas mordaces y duras a los políticos, y, sin embargo, siempre los respeto y los trato bien como personas. Así lo aprendí cuando era un jovenzuelo: las personas y sus vidas son intocables, dignas de todo respeto mientras no hagan daño a los demás. Sus hechos, en política, están sujetos a la crítica, pero nunca sus vidas privadas.
Quizás ustedes crean que hoy le dan su premio a Enrique Nieto, el pintor, el que escribe en los periódicos, el profesor, pero, no es así: ustedes hoy le dan ese premio a aquel crío, flaco y con mal color, que nació en Cartagena hace un montón de años. Desde alguna parte, todas las personas que me conocieron y ya no están observan este momento y dicen: 'mira, al Quique, al hijo de Fina y Enrique el camarero, le han dado un premio estupendo', y se alegran.
Ya termino. Quiero dedicar esta distinción a la persona que ha hecho que todo este sueño sea posible: a mi mujer, a la madre de mis hijos, a Victoria. Sin ella nada hubiese sido posible, y ustedes no sabrían nada de mí ni me hubieran dado este reconocimiento que, les reitero, agradezco muy, muy profundamente."