La chica del contrabajo, Esperanza Spalding, en La Mar de Músicas

Cinco mujeres bereberes en la plaza del Ayuntamiento con las B´net Marrakech.

La chica del contrabajo. Tiene 24 años. Con sólo 21, y mientras otros veinteañeros acudían a las aulas de la Berklee de Boston a estudiar, ella estaba ya dando clases como profesora en la famosa escuela de la costa este de Estados Unidos.

Esta joven contrabajista afroamericana de Portland, Oregón, que ha cautivado a músicos como Gary Burton, empezó a tocar el contrabajo con 15 años. Dice que porque lo probó un día y le gustó. Así que abandonó para siempre el violín. Sin más. Con el bajo a cuestas, llegó a un club de blues de su ciudad. Y se puso a improvisar con una banda de veteranos del local que andaba buscando nuevo bajista. No sabe cómo lo hizo porque llevaba sólo dos meses aprendiendo y apenas podía tocar en clave de Fa. Al año ya estaba tocando con seis o siete grupos de todo tipo.

La Mar de Músicas que ha tenido que trasladar este concierto de la Catedral Antigua al Patio de Armas por la demanda de entradas contará con esta artista americana el lunes 20 de julio a las 23,00 horas. Las entradas, 10 euros. Horas antes, a las 20 horas, en la plaza del Ayuntamiento será el turno de las B´net Marrakech.

Esperanza Spalding, que cita como sus bajistas preferidos a Ron Carter y Dave Holland, y tiene como héroe a Wayne Shorter, ha trabajado con cantantes como Patti Austin y músicos como el saxofonista Joe Lovano. Tras ¿Junjo¿ (2006), más bien un proyecto de trío de jazz, con temas propios y versiones de ¿The peacocks¿, de Jimmy Rowles, ¿Humpty dumpty¿, de Chick Corea y un homenaje a Mompou, Esperanza Spalding publicó el año pasado un disco más personal e intransferible, ¿Esperanza¿, en el que toca el contrabajo y también canta.

¿Esperanza¿ contiene canciones brasileñas como ¿Ponta de Areia¿, de Milton Nascimento, o ¿Samba da benção¿, de Baden Powell y Vinicius de Moraes, a la que ha contribuido El Niño Josele con su guitarra. Ben Rattliff escribió en ¿The New York Times¿, en mayo del año pasado, que uno de sus principales dones es esa energía suave, efervescente y optimista, que está en su melódica forma de tocar el bajo y en la manera elástica en que usa su pequeña voz para cantar. Según Pat Metheny, que la conoció en Berklee cuando ella estaba planteándose arrojar la toalla, Esperanza Spalding posee ese raro factor X que la hace capaz de transmitir su personal visión y energía.

B´NET MARRAKECH

Cinco mujeres bereberes. Voces y percusiones, con algún instrumento de cuerda. Y el magnetismo de unos cantos de amor y revuelta sobre ritmos de chaabi, rai o músicas gnaua, houara, ferda o robi. A ellas las complejidades rítmicas no las arredran. El escritor William Borroughs describió la música de los bereberes como la de una banda de rock de 4.000 años.

B¿net Marrakech (o sea, Las chicas de Marraquech) vienen de familias bereberes muy humildes, originarias de la región de Bouara, una llanura fértil a las puertas del desierto. En las mujeres bereberes el canto sirve para marcar momentos importantes de la vida. Ella llevan más de tres lustros cantando y se han presentado en lugares como París o Roma. Primero se hicieron llamar B¿net Houariyat y se dieron a conocer en las bodas y bautizos de los barrios populares de Marraquech.

Allí las descubrió, en 1990, un productor francés. Y Rachid Taha las llamó en el 2000 para su disco ¿Made in Medina¿. Sus cantos bereberes son de llamada y respuesta sobre instrumentos de percusión como el bendir y la darbuka, las ¿caraqueb¿ -dobles castañuelas metálicas de gran tamaño características de la música gnaua- o el tubsil -plato metálico que se golpean con los dedos-. Para el chaabi o la música gnaua usan además instrumentos de cuerda como el ¿guembri¿ -laúd de tres cuerdas de mástil largo- y el ¿kamantché¿ -un violín-. Son osadas porque la música gnaua es sólo para los hombres. Y conocen los secretos de belleza de la henna.

De Aziza Ait Zouin, que toca los instrumentos de cuerda, y de la cantante Halima Chamkhi, dicen sus tres compinches que son la pimienta y la sal, mientras que ellas -Fatima Bakkou, Fatima Malih y Malika Mahjoubi- serían las especias. Malika es la voz principal y la que baila con una bandeja para vasos de té con velas encendidas sobre la cabeza. Escribió el crítico Javier Losilla, tras una de sus actuaciones, que viene a ser como el paraíso de Alá, pero sin huríes.

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